Época: Hispania visigoda
Inicio: Año 409
Fin: Año 711

Antecedente:
La monarquía visigoda



Comentario

La crónica del pseudo Fredegario hablará del morbus gothorum como del mal endémico de este pueblo en la lucha por el trono, al relatar la subida al poder de Chindasvinto:
"Una vez que consolidó su autoridad sobre el reino entero de Hispania, conociendo el mal de los godos de deponer a sus reyes, ordenó dar muerte a unos y desterrar a otros... hasta quedar convencido de que el mal de los godos había sido extinguido".

Efectivamente, las disensiones nobiliarias contra Recaredo se pondrían de manifiesto rápidamente, tras la sucesión de su hijo ilegítimo Liuva II en el año 601. Aunque al principio no hubo problemas y parecía que el sueño leovigildiano de monarquía hereditaria se consolidaba, en el año 603, el antiguo traidor de la conspiración contra Recaredo habida en Mérida, destronó y terminó por asesinar al joven Liuva. No era la primera vez ni sería la última que la sucesión al trono se producía de forma violenta, por medio de usurpaciones, cruentas o no.

Por otra parte, estas sucesiones ponen de manifiesto la debilidad del poder real cada vez mayor en el siglo VII y las oposiciones y tendencias independentistas de ciertos grupos nobiliarios, así como la lucha de grupos aristocráticos familiares que darán lugar a auténticas venganzas. La usurpación de Witerico dista del fin del reino visigodo más de un siglo, pero es el principio del fin. Hay una serie de constantes que debilitan la monarquía con el paso del tiempo. En primer lugar, estas luchas de sucesión y el miedo de los reyes a la suerte que podrían correr, cuando ellos murieran o fueran depuestos, sus familias y sus fideles, clientelas que les juraban fidelidad -cuyo status fue formulado en tiempos de Chintila en el VI Concilio de Toledo-; temor que muchos tenían porque ellos mismos habían accedido al trono por usurpación. Progresiva extensión de un régimen de protofeudalización del estado, a base de vasallajes y obligaciones de reclutamiento militar. Conflictos que emergen paulatina y reiteradamente contra los vascones y bizantinos a lo largo de los sucesivos reinados hasta que, en lo que respecta a estos últimos Suintila logra anularlos. Implicación absoluta del clero que, en unas ocasiones, se siente más favorecido y en otras más perjudicado, y que interviene en no pocos intentos de desestabilización del reinante de turno. Surgimiento de un elemento de discordia que llegó a constituirse en un gravísimo problema: las discriminaciones a la población judía en la legislación conciliar, según comentaremos. Decaimiento progresivo de la economía, desesperación y hundimiento de la población, debido a diferentes motivos, peste, hambre, miseria.

Witerico (603-610) también debió temer rebeliones nobiliarias y no sólo hispanorromanas, dada su presunta tendencia arriana -recuérdese que había conspirado contra Recaredo en Mérida, aunque traicionó a su grupo-, sino contra diversos sectores, pues persiguió al comes Bulgar, en la Narbonense. Sus éxitos militares fueron parciales con los bizantinos, sólo en Segontia, y durante su reinado se ganó las enemistades de los católicos, como lo revela el que el conde Froga de Toledo apoyase a los judíos, a quienes erigió una sinagoga con el enfrentamiento del obispo católico Aurasio. Su política exterior fue tensa, al repudiar como esposa a Ermenberga, hija de Teodorico II de Borgoña. Murió a manos de los nobles, perdiendo el trono de la misma manera que lo había conseguido, como señala Isidoro de Sevilla.

Durante el corto reinado de su sucesor, Gundemaro (610-612), la política de lucha con bizantinos y vascones y la política exterior siguió por derroteros similares, ahora con una clara hostilidad hacia el rey de Borgoña y hacia Brunequilda y de amistad con el reino de Austrasia y Teodoberto II. Sin embargo, en su relación con la política eclesiástica dio un giro, publicando un Decretum, donde se reafirmaba la sede toledana como la metrópoli de la Cartaginense y su predominio sobre las demás. Restableció, por otro lado, al comes Bulgar.

Sisebuto (612-621) le sucede. Es el rey culto, escritor, poeta, durante cuyo mandato Isidoro llega a la culminación de prestigio en la Iglesia y se convierte, podríamos decir, en el ideólogo del gobierno real, según se señalará al hablar de la sucesión al trono. Sisebuto realizará una política intervencionista en la Iglesia y contraria a los judíos, asunto éste sobre el que volveremos más adelante. Realizará campañas contra los ruccones e intentará negociar la situación bizantina con el patricio imperial Cesáreo. A su muerte dejó un hijo, Recaredo II, el cual, según Isidoro (Historiae 61), "después de la muerte del padre es tenido por rey durante unos pocos días, hasta que le llegó la muerte". Fueron tres meses y las fuentes no explican cómo murió.

Fruto o no de una nueva usurpación, Suintila asumió el poder en el año 621. Nuevas victorias contra los vascones -hasta el punto de que, vencidos, tuvieron que trabajar en la construcción de la ciudad de Ologicus (Olite)-; pero que, no obstante, seguirían posteriormente atenazando con sus incursiones diferentes zonas del regnum. Fue alabado por Isidoro (Historiae, 62) por haber puesto fin al dominio bizantino en el este, consiguiendo así el mayor dominio territorial:

"...Consiguió por su admirable éxito la gloria de un triunfo mayor que la de los demás reyes, fue el primero que alcanzó el poder monárquico de todo la Spania peninsular, lo que ninguno de los príncipes anteriores había conseguido".

Suintila, como otros antecesores suyos, pretendió nuevamente promover una sucesión hereditaria, para lo que asoció a su hijo Recemiro al trono; pero nuevamente las luchas nobiliarias hicieron su aparición: esta vez en la Narbonense, auténtico foco de disensiones. Sisenando, ayudado por el franco Dagoberto, penetró hasta Zaragoza, pero allí el ejército visigodo se le unió, destronando a Suintila y aclamando a Sisenando. Es curioso ver cómo un rey elogiado vivamente por Isidoro sufre posteriormente una especie de domnatio memoriae, siendo acusado por sus actuaciones, tanto en las actas del IV Concilio de Toledo, como por el pseudo Fredegario.